La Cuaresma nos recuerda cada año que el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. Por tanto, pidamos a Dios la paciente constancia del agricultor para no desistir en hacer el bien, un paso tras otro. Quien caiga tienda la mano al Padre, que siempre nos vuelve a levantar. Quien se encuentre perdido, engañado por las seducciones del maligno, que no tarde en volver a Él, que es rico en perdón. En este tiempo de conversión, apoyándonos en la gracia de Dios y en la comunión de la Iglesia, no nos cansemos de sembrar el bien. Practicando el amor fraterno con todos nos unimos a Cristo, que dio su vida por nosotros, y empezamos a saborear la alegría del Reino de los cielos, cuando Dios será todo en todos.