Sin temor de equivocarnos, podemos afirmar que las hermandades y cofradías forman parte del cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. Es por eso que deben dejarse llenar del Espíritu del Señor, para, en primer lugar, descubrir sus respectivas funciones específicas como parte de la Iglesia, y en segundo lugar para que, a través de su carisma y actuación, cada uno de sus hermanos descubra la misión a la que es llamado por Dios.
Como movimiento eclesial que son, las hermandades y cofradías deben procurar que sus hermanos se alimenten de la lectura continuada de la Palabra de Dios, velen para que sigan la catequesis y reciban una formación adecuada para el conocimiento del magisterio de la Iglesia y sus enseñanzas morales, fomenten la participación de los mismos en los sacramentos como impulso de una vida de fe renovada, y practiquen la oración como punto y lugar de encuentro en torno a la devoción a sus Sagrados Titulares.